Cada año, al acercarse la Navidad hay siempre quien me pregunta,
recordando mis estudios bíblicos: “¿Donde nació de verdad Jesús?” ¿Es
verdad que no nació en Belén sino en la minúscula aldea de Nazaret, en
la región de Galilea?
¿Es cierto que no nació el 24 de diciembre? ¿Se sabe lo que hizo
hasta aparecer en público con 30 años? ¿Estaba casado? ¿Tuvo hijos? ¿Por
qué lo mataron? ¿Por revolucionario político o por desafiar el poder
del Templo judío?
La Navidad tal y como la viven los cristianos, católicos,
protestantes o evangélicos es hoy más bien una leyenda según los
expertos en estudios bíblicos. Una bella y tierna leyenda creada, para
que se cumplieran las profecías según las cuales el Mesías debería ser
de la extirpe de David que había nacido en Belén.
En realidad Jesús y toda su familia eran de Nazaret. Todos judíos. La
leyenda del nacimiento de Jesús cuenta que, nació en invierno, en un
pesebre, entre animales que le ofrecían calor, adorado por tres reyes de
Oriente que le llevaron de regalo oro, incienso y mirra.
Junto con la de su nacimiento en Belén nació también la leyenda de la
huida a Egipto porque el rey Herodes quería matar al niño. Como no
consiguió encontrarlo, habría mandado matar a todos los niños menores de
dos años. Una historia preñada de simbolismos que acaba gustando a
pequeños y grandes.
La leyenda del nacimiento de Jesús es silenciada por dos de los
cuatro evangelios canónicos: el de Marcos, considerado el más antiguo, y
el de Juan. Ellos inician el relato de la vida de Jesús cuando era ya
adulto. Dan por hecho que Jesús y toda su familia eran oriundos de la
aldea de Nazaret tan pequeña que no aparece en los mapas de aquel
tiempo. Tan rural, que en ella se hablaba un dialecto del arameo, la
lengua oficial. El hebreo se había convertido en una lengua de culto.
Tan insignificante en aquel tiempo que los fariseos, ante la fama que
iba ganando el profeta, se preguntaban “si en Nazaret podía nacer algo
bueno”.
La Iglesia bautizó como cristiana la gran festividad pagana de los romanos
El judío Jesús que daría origen al futuro cristianismo nació sin
cantos de ángeles, sin magos llegados del Oriente para adorarlo, sin
pesebre y sin ser perseguido por Herodes. No nació el 24 de diciembre,
por el simple hecho de que en ninguno de los textos evangélicos se habla
de esa fecha. Fue escogida por la Iglesia más tarde porque los
cristianos querían celebrar la festividad de su nacimiento.
Se decidió que fuera el 24 de diciembre porque era la gran fiesta de
Roma, la fiesta al dios Sol. La Iglesia bautizó como cristiana la gran
festividad pagana de los romanos.
Otro de los argumentos de los biblistas para defender que Jesús nació
en Nazaret se refiere al hecho de que a los judíos se les designaba o
por el nombre del padre o por el del lugar del nacimiento. Jesús debería
haberse llamado o Jesús de José o Jesús de Belén, algo que no aparece
en ningún texto evangélico. En ellos, en todos, se le llama siempre
Jesús de Nazaret.
Una cosa es cierta: nadie sabe lo que Jesús hizo hasta los 30 años
que es cuando aparece en público. Se ha querido defender últimamente que
Jesús era analfabeto. Nada más falso. Si acaso, el misterio radica en
saber como sabía tanto tras haber vivido hasta entonces encerrado en el
pequeño pueblo de Galilea trabajando como carpintero o peón de albañil.
En efecto, a los 30 años Jesús se muestra capaz de discutir con los
doctores de la ley, conocía los textos sagrados del judaísmo, varias
culturas como la griega o la de los gnósticos y otras religiones como el
budismo.
Jesús era culto y hasta intelectuales como Nicodemo iban a
encontrarse con él de noche, a escondidas, para discutir temas
filosóficos como el de la metamorfosis indispensable para poder dar un
salto cuántico del frío culto a la ley a la libertad de espíritu del
nuevo Reino por él anunciado.
Nacen así las hipótesis de que en vez de haberse quedado en Nazaret
hubiese podido viajar a Egipto y hasta a la India durante su juventud.
Conocía bien la cultura griega. Cuando los apóstoles le presentan un
grupo de griegos que querían conocerle, usa con ellos de una fina
ironía. A sabiendas de que para ellos la belleza corporal era
fundamental y criterio de poder, Jesús les cuenta la parábola de la
simiente, la cual si no se pudre en la tierra y no se la cubre de
estiércol, no nacerá ni dará frutos. Lo opuesto a los puros criterios de
la estética de la belleza griega.
¿Qué si Jesús estaba casado? Pocos teólogos y expertos en cuestiones
bíblicas tanto católicos como protestantes lo ponen hoy en duda. Era
práctica inconcebible para un judío de su tiempo no tener familia y
descendencia ya que el judaísmo se transmite de madre a hijo.
Tan fuerte era ese motivo que en la Biblia a los patriarcas cuyas
esposas eran estériles, Dios les pedía que se acostasen con una de las
esclavas para darles descendencia. Fue el caso, por ejemplo, de Abraham
casado con Sara que no podía procrear.
¿Con quién estaba casado? Sin duda con la Magdalena, que no era, como
sostuvo durante siglos la Iglesia, una prostituta o endemoniada. Con
mucha probabilidad era una conocedora de la doctrina gnóstica, como
aparece en algunos evangelios de aquella secta. A ella confiaba sus
mayores secretos, algo que despertaba los celos de Pedro: “¿Por qué a
ella y no a nosotros?”, se pregunta en uno de los evangelios gnósticos.
De no haber sido su mujer no hubiese sido a ella a quien se le
apareció el día de la resurrección, antes aún que a su madre. Pedro se
quedó perplejo preguntándose por qué no se les había aparecido a ellos,
sus discípulos, ya que además las mujeres no contaban nada, ni eran
creíbles en aquel tiempo. Ni siquiera como testigo ante un juez.
Fue siempre ese hecho el gran quebradero de cabeza de Tomás de
Aquino, doctor de la Iglesia, que se murió sin entender por qué Jesús no
se apareció antes que a nadie a Pedro, que era el jefe del grupo de
apóstoles y lo hizo a una mujer.
¿Entonces, si no nació en Belén ni el 24 de diciembre vale la pena
celebrar la Navidad? Sí, porque esa leyenda lleva en su entraña la
añoranza del ser humano de pararse una vez al año para celebrar la vida,
para apostar por la paz, un paréntesis para el perdón y la aceptación
de los otros, sobretodo de los diferentes.
¿No fue por ser diferente, por no doblegarse al poder tirano e
injusto, por predicar el perdón, bendecir a prostitutas y endemoniados y
tocar a leprosos por lo que Pilatos mandó clavarlo aún joven en una
cruz? Dónde y cuándo nació importa menos.
Mi amigo Jorge Perelló me escribe para felicitarme la Navidad, que
dice “existe sólo para los rechazados”, y añade: “el resto es leyenda,
historia y hasta superstición”.
Es cierto, pero en ese caso en la Navidad cabemos todos ya que de un
modo u otro todos somos de algún modo rechazados por alguien, pobres de
algo, solitarios, exiliados, a veces de nosotros mismos y a la vez
buscadores de esa paz que el mundo rechaza porque es más fácil matar o
mandar matar, que amar y perdonar.
Por eso, a pesar de todo,
¡Feliz Navidad!
Juan Arias (Almería, 1932) es periodista y escritor traducido en diez
idiomas. Fue corresponsal en Roma de EL PAIS durante 18 años, jefe del
suplemente cultural Babelia y Defensor del Lector del diario. Recibió en
Italia el premio a la Cultura del Gobierno. En España fue condecorado
con la Cruz al Mérito Civil por el rey Juan Carlos por el conjunto de su
obra.